miércoles, septiembre 9

En cuanto me gire veré que todo está igual que siempre, que no ha pasado nada.
La niña contó hasta tres y se dio la vuelta. Ante sus ojos, una gran montaña de escombros. Cerró los ojos con tanta fuerza que empezó a sentir un gran dolor de cabeza.
La descubrieron dos señores que paseaban por allí:
- Eh, tú, ¿qué haces ahí? Creí que ya no había nadie más.
- Podría ser la responsable, señor.
Al decir esto, los hombres se miraron y corrieron tras la chica por el desierto camino. Ésta, que seguía con los ojos cerrados, recorría el sendero mucho más rápido y no dejaba de repetir sin cesar: Otra vez no.
Sentía que sus piernas no respondían así que se sentó, posándose cada mano en sus rodillas. En ese momento, los que la perseguían le agarraron de las muñecas y la obligaron a levantarse.
- ¡Nooooo!


- Julita, tranquila, sólo era un sueño.
- ¡¿Qué?! No era sólo un sueño, era el sueño. El de siempre.
- Relájate, respira hondo, estás muy alterada.
- ¡Déjame! No quiero volver a dormir, cada vez se extiende más. ¿Es que no lo entiendes? El sueño cada vez es más largo -. Julia le miraba con unos ojos abiertos como platos.
- Como sigas así voy a tener que llamar al psicólogo... Te traeré una tila.


- ¿Qué pasa, Julia? Me habéis despertado.
- Otra vez el sueño, abuela -. Ahora parecía mucho más calmada.
- Esa pesadilla... Si se repite tiene su por qué. Tu abuelo ya intentó ayudarte, pero yo creo que tú misma lo tienes que averiguar.
- Tengo miedo...
- No te preocupes, estoy aquí, y el sueño no puede hacerte daño.
- Hoy me han agarrado. ¿Qué será la próxima vez? Creen que yo soy la culpable.
- Pero tú sabes que no lo eres.
- No. No sé nada. No sé qué ha pasado ahí.
María entró con la tila y la puso sobre la mesita, junto a la cama.
- Bueno, ya has pensado mucho en esto por hoy. Tómate la tila y relájate. Piensa en lo poco que queda para que acabe todo esto -. La abuela le dio un beso en la parte derecha de su frente, como siempre. Se fue y le hizo señas a María para que le siguiera.
Julia empezó a tomarse la tila y ya comenzaba a notar sus efectos.
Mamá, déjame soñar contigo.
Y antes de terminar el vaso, cerró los ojos y empezó a soñar.

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