sábado, marzo 6

Julia se encontraba en casa de su padre, en la cama durmiendo. De repente escuchó el caer de algo metálico, quizá la plancha de la ropa. Su madre y su padre estaban discutiendo otra vez. Ella los escuchaba vagamente, aunque estaban gritando.
- ¡No quiero más mentiras! ¡Sé que saliste! ¡Te lo dije!
- No me hagas daño, por favor... - Decía la madre, aterrada.
¡Mamá! ¡Mamá está aquí, por fin!
La niña salió de la cama de un salto y abrió la puerta. Y, saliendo de la habitación, se dio cuenta de que no iba en pijama, llevaba ropa normal como la que llevaría para salir. Bajó rápidamente las escaleras, eran muy largas. Inesperadamente, se oyó un ruido.
- ¡Oh dios mío! - Se escuchó.
Julia creía que no iba a terminar de bajar nunca. Ya no oía a nadie, solo el sonido del fuego quemando todo lo que tocaba.
- ¡¡¡Mamá!!! - Exclamaba una y otra vez la hija.
Cuando por fin la niña se encontraba en la entrada, tras haber bajado las escaleras, las paredes empezaron a temblar. Todo parecía inseguro. Julia tenía mucho miedo y, sin dejar de llamar a su madre, abrió la puerta de la casa y salió corriendo hacia el exterior.



¡Crash!
El vaso se había roto, aunque Julia parecía seguir durmiendo. María se despertó, se había dormido esperando la hora de la medicación de la chica. Sobresaltada, se levantó y recogió rápidamente los cristales. Y fue a la cocina a preparar la comida.
Mientras, Julia se removía, inquieta, en la cama. Estaba descubriendo cosas muy desagradables, cosas que parecían recuerdos.

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