domingo, abril 10

(una historia en colaboración con mi hermana estas navidades xD)

Estaba una servilleta de papel volando por el ancho cielo atravesando el contaminado aire a estancias mejores. Un pájaro fue testigo de la caída de una miga de pan que nuestra protagonista llevaba, nadie lo habría imaginado, el pájaro abrió los ojos al máximo y ¡pum! a su ojo fue a parar la miguita. El ojo se le hinchó tanto que parecía una bola con alas. Ese mismo día, yendo a pescar antes de anochecer, se encontró con la servilleta y empezó a conversar con ella. Se convirtió en una riña por el percance de la miguita:
- ¡La miga era mía! ¡El viento me la robó!
- ¡Pues el viento se cobró una que me debía y me la metió en el ojo! ¡Vayamos a por él!
- Bueno, pero devuélveme la miga antes. Tenía grandes planes para ella.
- Méteme una esquinita tuya en el ojo y sácamela. Me está molestando mucho, está crujiente.
A esto que se acercaba un cangrejo con cara de pocos amigos y vio la escena de una servilleta metiéndose en el ojo de un pájaro. Tanto le horrorizó la imagen que estaba presenciando que se olvidó de todos sus problemas y decidió llamar al superior, creyendo que éste solucionaría lo que estaba ocurriendo, pero el superior tenía sus propios problemas y no disponía de tiempo para dedicarse a esas minucias de sus empleados cangrejos.
El pájaro cada vez tenía peor cara, abría el pico una y otra vez, aleteaba, y saltaba mínimamente. El cangrejo sentía especial atracción hacia las aves, así que decidió socorrerla pues percibía que estaba sufriendo por culpa de la servilleta. Justo cuando se acercó a ellos, la servilleta salió disparada del ojo del pájaro con la miguita entre su celulosa. El ave respiró hondo y fue cuando se percató del cangrejo, que se acercaba con pintas de héroe, pinzas alzadas, ceño fruncido, paso decidido. Pero el ave voló a la velocidad de la luz, abrió el pico y empezó a piar como loco por el alivio que sintió en su ojo. El cangrejo lo miraba admirado y empezó a aplaudirle, por su canto, con sus pinzas. Se estaba enamorando poco a poco. Corrió como ningún cangrejo había hecho hasta ese día y cogió la servilleta, que se encontraba alabando a su miguita y, con las prisas, en vez de entregársela a su amado, la miga volvió a meterse, esta vez, en el otro ojo del ave. Éste se estaba enfureciendo cada vez más y maldiciendo la hora en que vio aparecer al cangrejo. El cangrejo se sintió tan mal que pidió perdón y se marchó sin más, sin siquiera socorrer a su pobre flechazo.
Una ráfaga de viento actuó de nuevo haciendo volar a la servilleta y haciendo perder para siempre a la dichosa miga de pan, que tanta guerra había dado. La servilleta perdió la conciencia y fue arrastrada sin más cual hoja seca arrastra el viento.
Fue la gota que colmó el vaso. El pájaro no podía estar más enfurecido, batió sus alas al máximo y empezó a cortar el viento por doquier, -¡ya verás!- se decía para sí. Y así fue como salvó a la servilleta, con el pico, de la temible ventisca que se había formado en pocos segundos. El ave voló hacia un refugio resguardado del viento y allí soltó a la servilleta. Ésta, enormemente agradecida, le dio un abrazo que a punto estuvo de asfixiarle.
- Bueno, aquí acaba mi historia, amigo-, dijo la servilleta con voz quebrada.
El ave, confuso, le devolvió el gesto y la observó de arriba abajo. Fue entonces cuando se percató de que estaba raída y sucia y su celulosa se estaba desgastando, desvaneciendo.
- ¿Podría pedirte un último favor?
- Claro-, respondió el ave con lágrimas en los ojos, curados ya de la conjuntivitis provocada por la miga.
- Cava un hoyo e introdúceme. Prefiero morir bajo tierra que contaminar de alguna otra forma. Además, así serviré de abono a este precioso lugar.
El pájaro, llorando a mares, realizó la acción que le había pedido su gran compañera de aventuras. Luego la miró durante unos minutos y la introdujo en el hoyo, previamente confirmando su muerte.
Acabó aquí un precioso pero triste día rematado por una bellísima puesta de sol de la cual fue testigo nuestro pájaro, quien, aún conmovido por la muerte, se quedó ciego observando tal cuadro. La ceguera fue provocada por los rayos desprendidos por el sol al que miró fíjamente durante toda la puesta. Este hecho, le entristeció tanto que vagó sin rumbo por la ciudad durante el resto de su vida, que culminó una semana después, ya que ningún pájaro ciego puede sobrevivir a los terribles peligros de la ciudad costera en la que había vivido.
Un amigo lejano del pájaro lo vio tirado por la calle. Lo recogió y lo enterró en el cementerio para aves que habían construido, durante generaciones atrás, todos sus compatriotas. Y así fue como una amistad tan singular y extraña a su vez, culminó tristemente.
El cangrejo enamorado soñó el resto de sus días con tan precioso ejemplar de gaviota.

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